La 'izquierda BlackRock' contra la 'derecha Blackstone': la gran guerra económica
El fondo dirigido por Larry Fink definió una orientación económica, en EEUU y en Europa, durante la época Biden. Tuvo un correlato político. El impulso que Trump está dando al capital riesgo también tiene derivada ideológica
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F113%2Fca9%2F824%2F113ca9824a2fa6818833bd9085b2ba33.jpg)
Durante los años de la administración Biden, si hubo un actor económico que gozase de influencia en el Gobierno estadounidense y en el orden internacional, ese fue Blackrock, el gigante de la inversión pasiva. Junto con otros fondos similares, como State Street o Vanguard, lideró una nueva forma de mover el capital y de obtener rendimientos, pero también generó una visión que acabó teniendo mucho peso en las políticas de un buen número de países. Muchas de sus ideas resultan bien conocidas, porque tejieron buena parte de las discusiones en el suelo público. En el centro se situaban los criterios ESG, que prestaban especial atención a la apuesta ecológica, a la responsabilidad social, a la diversidad en el lugar de trabajo, a la remuneración apropiada de los directivos y al gobierno corporativo.
BlackRock, como cualquier gran empresa, apuesta por ambos lados del espectro político. Larry Fink, su CEO, formó parte del Foro de Estrategia y Política de Trump en 2017 y asesoró al secretario del Tesoro Steve Mnuchin sobre el rescate de la deuda corporativa durante la pandemia. Sin embargo, sus vínculos con los demócratas son mucho mayores. Como explica Melinda Cooper, profesora de sociología en la Australian National University, en el estudio Factions of Asset-Based Capitalism: A Historical Typology, hubo una generación de asesores demócratas vinculados a Obama que fueron contratados por BlackRock y que pasaron más tarde a la administración Biden. Cooper cita a Adewale Adeyemo, subsecretario del Tesoro con Janet Yellen, a Michael Pyle, el principal asesor económico de Kamala Harris en 2020, y a Brian Deese, ex jefe global de inversiones sostenibles en BlackRock y director del Consejo Económico Nacional con Biden. Deese tuvo una gran influencia en la agenda industrial del presidente demócrata y especialmente en sus tres principales normas, la Ley de Infraestructura Bipartidista, la Ley de Chips y la Ley de Reducción de la Inflación, que ofrecían un gran número de oportunidades de inversión para BlackRock y fondos similares. Deese y Pyle fueron los asesores económicos de Kamala Harris en su campaña para la presidencia. Según Cooper, “BlackRock está tan estrechamente vinculado al Partido Demócrata que cualquier comunicado de su CEO debe tomarse en serio como una lista de deseos para la formulación de políticas futuras”.
Muchas medidas de la UE se anclaban en la 'mentalidad BlackRock'. El Gobierno de Sánchez ha sido un fiel seguidor de esas ideas
La influencia de BlackRock no ejerció su efecto únicamente sobre la administración Biden. En aquellos años, Europa estaba alineada con el proyecto de digitalización, combate contra el cambio climático y políticas de diversidad que era defendido por las empresas de gestión pasiva. Muchas medidas de la UE, y de gran magnitud, se anclaban en este marco. El Gobierno de Sánchez ha sido, y continúa siendo, particularmente activo a la hora de promover este programa. La influencia también se dejó sentir en gobiernos progresistas de Latinoamérica, que veían con muy buenos ojos las políticas que fijaban los Objetivos de Desarrollo Sostenible y la inversión que podía atraer las energías limpias.
El contrataque de Trump
Todo ese programa, que esta misma semana ha regresado en la Conferencia celebrada en Sevilla, palidece hoy ante el avance de las políticas trumpistas, que se oponen frontalmente a programa de diversidad, descarbonización y vínculos del capital internacional con las empresas cotizadas.
"El 'private equity' y los 'hedge funds' dan forma a la agenda de Trump del mismo modo que BlackRock definió la política de los demócratas"
Quienes están cerca de Trump y le apoyaron para que consiguiera regresar a la Casa Blanca pertenecen a un ámbito inversor muy diferente. Scott Bessent, el secretario del Tesoro, fue gestor de un fondo de cobertura; Doug Burgum, secretario de Interior, es inversor inmobiliario y fundador de una firma de private equity, al igual que Stephen Feinberg, subscretario de Defensa, y confundador de Cerberus; Howard Lutnick, expresidente de Cantor Fitzgerald LP, es el secretario de Comercio. El venture capital ligado a Silicon Valley, con figuras como Marc Andreessen o Peter Thiel, apoya decididamente a Trump, así como las empresas energéticas vinculadas al fracking. Según Cooper, “los gestores de fondos de cobertura, los socios de empresas de capital riesgo, los venture capitalists y los dueños de las startups tecnológicas dan forma a la agenda de Trump de la misma manera que BlackRock definió el horizonte político del partido demócrata tras la crisis financiera global”.
Ambos sectores, el del capital privado y el de las firmas llamadas “públicas”, suelen estar conectados. Hay una ligazón entre ambos e interactúan con mucha frecuencia, pero son de naturaleza diferente. Los marcos jurídicos vigentes en EEUU desde el New Deal, explica Cooper, “establecen una clara línea divisoria entre los inversores institucionales que gestionan activos en nombre de grandes grupos de ahorradores y los gestores de fondos que invierten por cuenta propia a partir del capital aportado por un pequeño grupo limitado de socios”. Los fondos mutuos y otros inversores institucionales, como los planes de pensiones, pertenecen a la primera categoría; las empresas de capital riesgo, los fondos de cobertura, el private equity y los fondos de inversión inmobiliaria, a la segunda. La línea se trazó para separar los fondos que podían utilizar técnicas de inversión más arriesgadas, que quedaron limitadas para aquellas empresas que gestionaban el dinero de unos cuantos particulares, de aquellos que, por el gran número de personas de las que recogían el capital (como los fondos de pensiones), debían ceñirse a prácticas más conservadoras.
"Es imposible entender el funcionamiento del poder presidencial hoy sin adentrarse en los arcanos de las firmas de inversión privada"
La pelea entre ambos tipos de capital por gozar de preeminencia política se ha decantado del lado de las empresas “privadas” con la administración Trump, y no solo en EEUU. La expansión de los hedge funds, la adquisición de activos en toda Europa, y la presencia cada vez mayor de los fondos de private equity (por ejemplo, gestionando hospitales, universidades, franquicias, inmuebles o explotaciones agrarias, entre otras) demuestran cómo los segundos van ganando.
Blackstone es el actor más poderoso en este ámbito, un gigante financiero del capital riesgo, los bienes inmuebles y la gestión de activos. Su presidente, Steve Schwarzman, es un gran donante republicano, aunque el CEO de la compañía, Jonathan Gray, apuesta por los demócratas. Pero más allá de la adscripción política personal, se trata de intereses, y no de filias o fobias. Según Cooper, “es imposible entender el funcionamiento del poder presidencial hoy sin adentrarse en los arcanos de la firma de inversión privada”.
La 'derecha Blackstone' y la 'izquierda BlackRock'
No obstante, tampoco puede entenderse la política occidental, ni sus decisiones económicas de los últimos años, sin constatar esa división entre una 'derecha Blackstone' y una 'izquierda BlackRock'. Tampoco pueden entenderse giros europeos recientes, y de Occidente en general (el de Reino Unido, con gobiernos conservadores o progresistas, es muy significativo) sin constatar cómo la agenda del capital privado se está imponiendo como la nueva hoja de ruta con el Gobierno Trump.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2Fbd2%2F32e%2F340%2Fbd232e340aff2bf55cc5efffae7d635d.jpg)
La insistencia en la desregulación, en la libertad de acción, en las excesivas normas, en el regreso a las energías fósiles, en la conversión de bienes indispensables para la supervivencia en activos, o en que la inversión en pensiones privadas de los ciudadanos de países con estado del bienestar debe ser cada vez mayor, entre otros aspectos que afectan a nuestra vida económica cotidiana, están directamente relacionados con este giro en el sistema.
Sin embargo, es una agenda que está comenzando a resultar un problema significativo tanto para los conservadores como para la izquierda. La derecha trumpista ha prometido a sus ciudadanos un nivel de vida mejor a partir de la creación de empleos bien retribuidos, y pocas señales permiten entrever que, con la agenda de los hedge funds o del private equity, ese deseo vaya a ser posible. La propuesta de combate contra el cambio climático, diversidad y demás ha quedado agotada ya en el lado progresista, porque los tiempos señalan como prioritario otros asuntos, y porque las presiones en el nivel de vida que sufren las poblaciones occidentales son cada vez mayores. Por estas contradicciones se filtran nuevas opciones políticas, que van desde la derecha MAGA centrada en una vida más digna para los estadounidenses como en la izquierda a lo Mamdani, que ha puesto el acento en los costes elevadísimos de la vida cotidiana. Ambas señalan nuevas direcciones políticas que no han aparecido en Europa, demasiado pendiente todavía de la tensión entre las opciones BlackRock y las posiciones Blackstone. Pero es cuestión de tiempo que esas visiones ideológicas jueguen un papel relevante en una sociedad cada vez más desencantada.
Durante los años de la administración Biden, si hubo un actor económico que gozase de influencia en el Gobierno estadounidense y en el orden internacional, ese fue Blackrock, el gigante de la inversión pasiva. Junto con otros fondos similares, como State Street o Vanguard, lideró una nueva forma de mover el capital y de obtener rendimientos, pero también generó una visión que acabó teniendo mucho peso en las políticas de un buen número de países. Muchas de sus ideas resultan bien conocidas, porque tejieron buena parte de las discusiones en el suelo público. En el centro se situaban los criterios ESG, que prestaban especial atención a la apuesta ecológica, a la responsabilidad social, a la diversidad en el lugar de trabajo, a la remuneración apropiada de los directivos y al gobierno corporativo.