El embalse de Franco que expulsó a los gallegos de sus casas (y de su tierra)
En 1955 la construcción de Salime, en el cauce del río Navia, anegó varios pueblos de Lugo. Sus habitantes fueron reubicados en Terra Chá. El libro 'No queda nadie', de Brais Lamela, cuenta la historia
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En los años cuarenta del siglo pasado comenzó una de las políticas más significativas del franquismo: la construcción de pantanos y embalses. Fueron una multiplicidad de lunares que salieron por todo el territorio. Presas por todas partes e ingenieros trabajando a discreción. Muchas veces con consecuencias para miles de vecinos que vivían en la zona. De repente, por la acción del agua los pueblos quedaban anegados y sus habitantes tenían que marcharse a otro lugar que también había dispuesto el régimen. Eran los asentamientos de colonización. Una nueva vida, vendían. Para algunos, para otros fue un desastre.
Una de estas historias es la del embalse de Salime en el cauce del río Navia en el occidente asturiano, pero que acabó tocando también a una importante zona gallega, en Lugo, sobre todo al municipio de Negueira de Muñiz y su parroquia Ernes. Fue construido en 1955 con una financiación de Hidroeléctrica del Cantábrico, Electra de Viesgo y del Banco Urquijo. Las dos primeras pertenecen ahora a la portuguesa Energías de Portugal y el tercero es del Sabadell. Otra muestra de que todo desaparece.
La obra provocó que Ernes, que se encontraba en ese valle, se inundara, aunque solo en parte, lo que más que una buena noticia fue un verdadero quebradero de cabeza para los vecinos. Quedaron bajo las aguas la iglesia, el cementerio y un par de casas, que estaban en la parte baja. Las casas de las cotas altas se mantuvieron. El problema es que para ir a su ayuntamiento y a otros edificios administrativos que no estaban en este pequeño pueblo sino en Negueira de Muñiz los habitantes tenían que ir en barca, que además tuvieron que conseguir por sus propios medios. Era como vivir en Venecia, pero sin gracia.
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La solución que les da el ministro Rafael Cavestany, ingeniero y miembro de Falange, es reubicarlos en 2.800 hectáreas de monte comunal, obtenidas mediante expropiación. Bajo el nombre de Tierra Llana de Lugo (Terra Chá) se ordenan cuatro asentamientos, englobados en tres sectores: A Espiñeira (sector I), Arneiro (sector II-A), Veiga do Pumar (sector II-B) y Matodoso (sector III), pertenecientes a varias parroquias de los municipios de Cospeito y Castro de Rei. El Plan General de Colonización de A Terra Chá fue aprobado en 1956 aunque el realojo no llegaría hasta los sesenta. Casi diez años estuvieron los vecinos de Ernes lidiando con las barcas.
Muchos se integraron bien; otros no tanto. Es más, fue dramático abandonar su pueblo y su vida. Este desarraigo es el que, precisamente, aborda la novela, con muchos datos reales, del gallego (y además, lucense) Brais Lamela (Vilalba, Lugo, 1994), Ninguén queda, en la editorial Euseino (en castellano
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Además, no se detiene únicamente en lo que ocurrió en los años 50 y 60 en esta zona. El escritor hace una comparativa con la vida del narrador en Nueva York -donde también vive él como profesor en la Universidad de Columbia- su regreso a Galicia en la actualidad y su visita al nuevo Ernes, que empezó a ser recuperado en los ochenta con una comuna hippie.
De hecho, allí siguen los hippies a día de hoy -la prensa gallega les hizo unos cuantos reportajes durante la época del confinamiento- y se ha conseguido construir una nueva iglesia. También están regresando antiguos vecinos e hijos de los que tuvieron que marcharse y ya son más de cuarenta personas en la parroquia.
De esto, del libro y de lo que pasó hablamos con el propio Lamela por correo. Son fechas difíciles, con viajes y descansos, pero encontró un hueco para contestar a El Confidencial.
PREGUNTA: Al nacer en Vilalba supongo que conoces de siempre esta historia, pero, ¿por qué escribirla y con este formato de ficción?
RESPUESTA: Lo cierto es que sólo recientemente conocí esta historia. Me crie relativamente cerca de lo que habían sido asentamientos de colonos, y a veces escuchaba hablar de los “colonos” de Terra Chá, pero nunca me pregunté realmente qué quería decir eso. Supongo que ahí está también la respuesta a la pregunta de por qué escribirla. Me parece que es un libro que nace de cierto extrañamiento con respecto a lo que se supone familiar o natural.
Con respecto a la ficción, creo que hay muchas respuestas posibles. Me interesan los libros que juegan con los márgenes difusos de los géneros, que desbaratan nuestros hábitos de lectura: las obras de Sebald, por ejemplo, o las de una poeta extraordinaria que estoy leyendo estos días, Muriel Rukeyser. La ficción tiene una forma particular de darle aliento a los documentos y a los restos del pasado, de hacer que resuenen, de darles una nueva vida. Y creo que la ficción tiene ciertas libertades de las que carece el ensayo, aunque quizás también tenga lealtades de las que el ensayo puede prescindir.
P: ¿Hablaste con los vecinos? ¿Toda esa parte de la investigación y las cintas grabadas es real?
R: La novela se nutre de muchas voces ajenas: parte de esas voces provienen de entrevistas a colonos, sí, aunque otras son fragmentos de libros, documentos, palabras tomadas en conversaciones más informales y luego convocadas en el proceso de escritura, con toda la “ficción” que eso supone... Hay una voz dominante en la novela, pero está constantemente intervenida e increpada por voces ajenas.
P: Para mucha gente como yo misma son historias olvidadas si no vivimos cerca. ¿Hace falta recuperar más este tipo de acontecimientos que fueron tan importantes para tantas personas? ¿Cómo hacerlo?
R: Yo creo que las historias son olvidadas por todos, incluso por los que vivimos cerca, a menos que se haga un ejercicio consciente para evitar que sea así. La memoria no está fija en algún lugar, sino que involucra un trabajo constante de recuperación que también es por supuesto un trabajo de recreación… En este sentido, aunque sea una obra de ficción, Ninguén queda no existiría sin el trabajo de gente que se ha dedicado a explorar estos temas desde otros ámbitos, a picar piedra en los archivos: trabajos como el de la historiadora Ana Cabana sobre los pueblos de colonización en A Terra Chá, de Gustavo Alares sobre la ideología de la colonización franquista, de Ana Fernández-Cebrían, que ha escrito páginas verdaderamente brillantes sobre la memoria de los desplazamientos forzosos por la construcción de embalses… todo eso también forma parte del tejido de esta novela.
"Son historias olvidadas por todos, incluso por los que vivimos cerca, a menos que se haga un ejercicio consciente para evitar que sea así"
P: Últimamente se han publicado 'Azucre', de Bibiana Candia, sobre los emigrantes gallegos en Cuba (y las miserias que pasaron), 'Virtudes y misterios', de Xesús Fraga, sobre la emigración gallega en Londres (también muy dura) y ahora el tuyo… ¿Se está recuperando cierta memoria gallega?
R: Yo creo que la literatura gallega, especialmente la literatura en lengua gallega, siempre ha tenido un interés particular en la memoria. Por poner un ejemplo referente al caso concreto de los embalses y los desplazamientos forzosos, ahí está la novela
P: ¿Cómo es ahora la vida en Ernes? Tengo entendido que siguen los hippies…
R: Fui sólo una vez a Ernes y sí, la comuna seguía activa, aunque ahora comparten el espacio con antiguos vecinos que han podido volver, gracias a la carretera nueva. Me han dicho que hay una panadería muy buena también, aunque desafortunadamente estaba cerrada el día que yo fui.
"Escribir en lengua gallega supone, como dice la poeta Chus Pato, escribir en una lengua que se siente acariciada por su propia desaparición"
P: Por cierto, tú vives y trabajas en Nueva York. ¿Sientes también cierto desarraigo?
R: Siento un cariño especial por mi ciudad de acogida, sólo matizado por los consabidos dolores de cabeza que a veces supone vivir en Estados Unidos. Yo creo que el arraigo, como la memoria, es algo que se construye, y yo donde más arraigo siento es en algunos rincones de esta ciudad: en mi casa, en sus parques durante el verano, en alguna cafetería, en sus espléndidas bibliotecas públicas.
En los años cuarenta del siglo pasado comenzó una de las políticas más significativas del franquismo: la construcción de pantanos y embalses. Fueron una multiplicidad de lunares que salieron por todo el territorio. Presas por todas partes e ingenieros trabajando a discreción. Muchas veces con consecuencias para miles de vecinos que vivían en la zona. De repente, por la acción del agua los pueblos quedaban anegados y sus habitantes tenían que marcharse a otro lugar que también había dispuesto el régimen. Eran los asentamientos de colonización. Una nueva vida, vendían. Para algunos, para otros fue un desastre.